Cuando llegaron los misioneros franciscanos a este lugar, en el siglo XVII, construyeron la iglesia en la que un día apareció la imagen del santo. A partir de este hecho, los lugareños han honrado a este arcángel con una fiesta que dura alrededor de ocho días durante el mes de septiembre.

Ser parte de esta celebración es una experiencia realmente fascinante. El atrio es el escenario de las danzas de los santiagueros con sus cascabeleo metálico, de los negritos con su rítmico zapateado, la cacería de los ixkuti, el resplandor de los quetzales, los san miguelitos y los mestizos.

La identidad de este pueblo aparece en la plaza, ya sea en la artesanía de madera diseñada para las danzas, las fantásticas y elaboradas ceras ofrecidas al santo o las vestimentas totonacas con el quexquémetl finamente trabajados por las manos de los habitantes. Contemplar este evento es algo que se queda grabado en la memoria de los visitantes.