Una sinuosa y empinada escalinata conduce al Cerro del Tepeyac, ese mismo sitio donde la virgen le dio las rosas a Juan Diego como prueba de su existencia. Justo aquí se levanta la Capilla del Cerrito.

Presenta una fachada barroca revestida de tezontle rojo con ausencia de torres. Su interior presume columnas estípites, y una serie de notables murales de Fernando Leal que narran las apariciones de la Virgen.

Hay que prestar atención a los mosaicos venecianos que adornan la cúpula y a la pintura de la Virgen de Guadalupe que se mantiene en el retablo de mármol.

Antes de abandonar el cerro, es imprescindible detenerse un rato en la terraza de este templo donde se tiene la oportunidad de mirar la enorme extensión del Valle de México. La vista está custodiada por los enormes arcángeles de mármol que representan a Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel; todos ellos son obra del escultor poblano Ernesto Tamariz. No hay que ser ajenos al célebre Cementerio del Tepeyac, a un costado de la capilla. Es el único panteón virreinal en funcionamiento hasta hoy, donde fueron enterrados personajes como Antonio López de Santa Anna, junto con músicos, pintores, poetas, conservadores, liberales, personajes porfirianos, entre otros.